Un día cualquiera, sin pensarlo ni planearlo me convertí en una rosa... Sentía tanta paz que esa fue la causa única de mi transformación, y fue un momento mágico…
Mis pétalos eran rosados, tal como mis mejillas cuando era humana. Mi tallo tenía toda la fuerza y el porte de mi personalidad. Cuando el viento soplaba acariciaba todo mi cuerpo y me daba una sensación de relajación que hacía que nada más importara… yo era parte de la naturaleza.
Sentía cómo los pajaritos me dedicaban sus cantos, los colibríes se acercaban a oler mi perfume y todos me adoraban. Aún si alguien me pisara, me sentía unida con mis hermanas y todas éramos parte de una misma vida. Y en ese momento deseé que los humanos pudieran sentir lo mismo… la vida de una rosa.
Mi existencia era lo único importante y a eso dedicaba mis días: a enriquecer mi espíritu y mi alma y a crecer.
Y pensé, “ojalá todos pudieran sentir lo que yo siento”. Pero comencé a darle vueltas al asunto y a complicarme pensando en cómo podría hacer llegar eso a tantas personas, y en ese momento dejé de ser una rosa y volví a mi forma humana...